31 de marzo de 2012

¿Monarquía o República? La pregunta que ya nadie parece hacerse

Desde tiempos inmemoriales, España ha sido una monarquía. En su Historia únicamente dictaduras y repúblicas se han alternado con ella. Sin embargo, ahora que los índices de popularidad de la monarquía española viven mínimos históricos, en buena parte gracias a las presuntas acciones del yerno del Rey y coincidiendo con la llegada del próximo aniversario de la proclamación de la II República en España, nos pareció el momento más pertinente para realizar una defensa total y absoluta del modelo de gobierno republicano.
A pesar de haber contado con dos repúblicas, una de ellas en nuestra historia reciente, la república es una forma de gobierno asociada a inestabilidad, violencia e, incluso, ha llegado a ser calificada como “dictatorial”. Procedemos a desarrollar los tres términos que, desde luego, no hemos escogido de manera baladí.
El primero de ellos: inestabilidad. El 14 de Abril de 1931 se proclama la II República tras las elecciones municipales del 12 de Abril, en las que 41 capitales de provincia eligieron a representantes republicanos. Siempre se ha intentado menospreciar la legitimidad de la II República alegando que en las zonas rurales ganó la representación monárquica. Sin embargo, numerosos historiadores coinciden al afirmar que esa victoria rural de la monarquía se debía más al caciquismo que a una defensa de la monarquía. Es curioso que aceptemos y critiquemos la manipulación de las elecciones que se hacen en otros países democráticos (véase el caso de Rusia que tanto ha salido en las noticias) y cuando se refiere a este suceso en concreto nos olvidemos del caciquismo y esgrimamos el argumento de que la República jamás debió instaurarse. Continuando con el término de inestabilidad, es preciso recordar la situación que vivía el mundo, asolado por una brutal crisis económica (crack del 29) y con el fascismo en pleno auge. Sin ir más lejos, Hitler llegaría al poder dos años después por medio de las urnas. Sí, señor, están leyendo ustedes bien, “por medio de las urnas”. Quizás la democracia no sea ese sistema tan perfecto que nosotros creemos, pero hace tiempo que ya nadie parece preguntarse por la existencia de un sistema mejor.
El segundo de ellos: violencia. A fuerza de adoctrinamiento durante la dictadura franquista se ha conseguido asociar el término de república con el de violencia. Desde luego, no podemos estar en mayor desacuerdo. Cabe destacar que en el momento de proclamarse, el gobierno provisional republicano escoltó al monarca depuesto hasta el puerto más cercano para permitir su exilio. Hasta la proclamación de la guerra civil, la violencia política que había en España era similar a la que sufrían otros países europeos y, en ningún caso, era institucional ni permitida por la República, que perseguía los crímenes políticos como cualquier otro gobierno hubiera hecho. La violencia desarrollada por ambos bandos en la Guerra Civil será tema de otra entrada por su extensión y polémica. Como dato curioso, hay que comentar que ambas repúblicas en España fueron terminadas abruptamente por golpes de Estado.
El tercero, el mejor de todos: dictatorial. Lo califico como el mejor de todos los términos porque es el que usa la Real Academia de Historia para definir el gobierno ejercido por Negrín (último gobierno que tuvo la República). Lo más asombroso es que la misma Academia, al definir la dictadura franquista no usa el término dictatorial, sino que habla de un régimen “autoritario, no totalitario”. Toda esta propaganda, esta revisión de la Historia, nos parece del todo inadmisible y con el añadido que esta biografía que está desarrollando la Real Academia de Historia está subvencionada con dinero público.
Ahora ha llegado el momento de levantar la voz para instaurar una nueva república. ¿Por qué? Se pueden preguntar muchos. ¿Por qué molestarnos en cambiar algo que no nos afecta personalmente? Además, con lo “simpático y campechano” que es el Rey, ¿no es así? En realidad, nosotros no dudamos ni de su amabilidad ni de su cercanía al pueblo, pero lo que sí es obvio es que la mera existencia de esa institución es incompatible con los derechos de los españoles. Derechos que hablan de la igualdad de todos ante la ley, que hablan de la igualdad sin distinción de sexo... todos estos derechos violados en la propia Carta Magna de 1978 en la que quedan reflejadas las trampas para beneficio de la monarquía. A continuación expresamos los ejemplos que nos han llevado a estas afirmaciones:
Artículo 14 de la Constitución Española:
Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, sexo, religión, raza, opinión, o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
En contraposición a este artículo, aparece el siguiente escrito expresamente para la protección del Rey:
Artículo 56:
La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65, 2. 
Este artículo nos parece gravísimo ya que asegura total impunidad al Rey y, a tenor de los hechos ocurridos en relación con las supuestas acciones del Sr. Undangarín, la protección es extensiva a todos los familiares de la Casa Real. Así se comentó cuando empezó a cuestionarse la posibilidad de que la Infanta fuera citada como imputada o no. 
Por ser nombrados, citamos a los artículos 64 y 65,2:
Artículo 64:
Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes. La propuesta y el nombramiento del Presidente del Gobierno, y la disolución prevista en el artículo 99, serán refrendados por el Presidente del Congreso.
Artículo 65, 2:
El Rey nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su Casa.
Por ser nombrado en el artículo 64 citamos el siguiente artículo:
Artículo 99:
Después de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos constitucionales en que así proceda, el Rey, previa consulta con los representantes designados por los Grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno.
Artículo 23:
Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal.
No obstante, los ciudadanos no tienen el derecho de aspirar a la Jefatura de Estado, como sí tienen el derecho de aspirar a la Jefatura de Gobierno.
Artículo 57:
La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos.
Aquí se hace legal la discriminación entre hombre y mujer, en vez de establecer la sucesión en términos de edad. Por último, para los que siempre se preguntan qué es lo que hace exactamente el Rey, hemos añadido el artículo siguiente donde están recogidas sus competencias.
Artículo 62:
Corresponde al Rey:
    1. Sancionar y promulgar las leyes.
    2. Convocar y disolver las Cortes Generales y convocar elecciones en los términos previstos en la Constitución.
    3. Convocar a referéndum en los casos previstos en la Constitución.
    4. Proponer el candidato a Presidente de Gobierno y, en su caso, nombrarlo, así como poner fin a sus funciones en los términos previstos en la Constitución.
    5. Nombrar y separar a los miembros del Gobierno, a propuesta de su Presidente.
    6. Expedir los decretos acordados en el Consejo de Ministros, conferir los empleos civiles y militares y conceder honores y distinciones con arreglo a las leyes.
    7. Ser informado de los asuntos de Estado y presidir, a estos efectos, las sesiones del Consejo de Ministros, cuando lo estime oportuno, a petición del Presidente del Gobierno.
    8. El mando supremo de las Fuerzas Armadas.
    9. Ejercer el derecho de gracia con arreglo a la ley, que no podrá autorizar indultos generales.
    10. El Alto Patronazgo de las Reales Academias.
Por todo lo visto y por los siguiente motivos, consideramos que el gobierno adecuado sería una república:
Porque tanto que decimos que amamos la democracia, nos parece que se debiera elegir tanto la Jefatura de Gobierno como la Jefatura de Estado por medio de las urnas y no utilizar el argumento de la democracia para nuestros intereses únicamente. 
Porque nos repugna el hecho de que exista hoy en día un cargo que sea hereditario y que el resto de ciudadanos no sean considerados dignos de ocupar dicho puesto. 
Porque la monarquía instaurada en nuestro país al finalizar la dictadura ha gozada de una inmunidad absoluta, hasta el punto de no poder ser siquiera criticada ni objeto de burla. Solo hace falta recordar que la revista satírica “el jueves” fue retirada de los quioscos por orden del juez tras dibujar en su portada a los Príncipes de Asturias realizando el acto sexual. Consideramos este hecho una censura propia de otros tiempos.
Porque creemos que la institución monárquica es propia de siglos pasados y que, en la actualidad, no tiene cabida ni sentido en nuestra sociedad. Muchos podrán recordarnos las diferentes acciones del Rey pero, como hemos dicho al principio de la entrada, no estamos en contra del personaje en cuestión, sino de la figura que representa. También nos parece un argumento pobre el que se esgrime sobre la acción del Rey el 23-F como si tuviéramos que darle las gracias por posicionarse del lado constitucional y no en el de los militares golpistas. Es que ese era su deber.
Por lo tanto, de una manera pacífica y democrática, llamamos a la instauración de la III República elegida por y para el pueblo.

13 de marzo de 2012

Magnicidio: una historia recurrente en los EEUU

  “Sic semper tyrannis” - dijo Bruto mientras apuñalaba a su padre adoptivo, Julio César, en las escalinatas del Senado romano. Aunque muchos historiadores piensan que es una dramatización de los hechos y que Bruto no llegó a pronunciar estas palabras realmente. No obstante, tanto esta frase como la supuesta respuesta de Julio Cesar cuando vio que su hijo adoptivo formaba parte del complot para asesinarle (“¿Tú también, Bruto, hijo mío?”), han servido para prolongar el recuerdo hasta nuestros días de uno de los magnicidios más famosos de la Historia. 
Esta sentencia sería pronunciada en uno de los sucesos más importantes de la Historia americana, concretamente en el primer magnicidio que se produjo en Estados Unidos. Era 15 de Abril de 1865. Apenas seis días antes, el general Lee había rendido su ejército en Virginia y se declaraba el fin de la guerra civil americana que duraba ya cuatro años y que había dividido a los americanos en la Unión y los Estados Confederados. El lugar es el teatro Ford, en Washington. Durante la obra, John Wilkes Booth, de profesión actor y de ideología confederada, se introdujo en el palco del presidente, se acercó por la espalda mientras éste disfrutaba de la obra y le disparó un tiro en la nuca. El ruido ensordecedor haría enmudecer al teatro y un grito del asesino resonó en el lugar:  “Sic semper tyrannis”. Booth saltó al escenario desde el palco y huyó en medio de la conmoción. Abraham Lincoln, el primer presidente del recién formado Partido Republicano y decimosexto presidente del país, que sería recordado por la abolición de la esclavitud y por la victoria de la Unión en la guerra civil, moriría diez horas después de ese disparo. 
La frase latina usada en los dos magnicidios significa: “Así siempre a los tiranos”. Al decirla, Booth incrementó el dramatismo de la escena y su posterior transmisión oral, escrita y gráfica logrando que este magnicidio sea uno de los más recordados y no tanto los que vamos a contar a continuación, a pesar de que sus víctimas también eran presidentes de EEUU.
 
Antes de hablar de los otros magnicidios, citaremos uno de los discursos más recordados de Abraham Lincoln, realizado en Gettysburg (Pensilvania) tras la batalla homónima que tuvo lugar durante la guerra civil americana:
Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales.
Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí lo han consagrado ya muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle algo. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, los que debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que, aquellos que aquí lucharon, hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.
Como decíamos anteriormente, con el asesinato de Abraham Lincoln se inició una negra historia de magnicidios de presidentes americanos. En total, cuatro presidentes han sido asesinados durante su mandato: James A. Garfield, William McKinley y John F. Kennedy.
James A. Garfield, vigésimo presidente del país, fue el siguiente en engrosar la lista de los magnicidios. La duración de la presidencia de Garfield fue de las más cortas de la historia, unos seis meses, de los cuales estuvo setenta días convaleciente de sus heridas. Camino de la estación de ferrocarril de Washington, fue disparado en dos ocasiones por un abogado que había sido rechazado para ocupar el puesto de embajador en Francia, Charles J. Guiteau. De las dos balas que disparó, una le alcanzó en el brazo mientras que la otra fue imposible de encontrar hasta que se le realizó la autopsia. No obstante, se hizo todo lo posible por encontrarla ya que el propio Alexander Graham Bell usó un aparato detector de metal para averiguar la localización de la bala, pero el metal de la cama donde yacía Garfield impidió la obtención de resultados satisfactorios. Murió el 19 de Septiembre de 1881 debido a la infección consecuente a la permanencia de la bala en el interior del organismo. Había sido elegido el 4 de Marzo del mismo año y fue disparado el 2 de Julio. Al final, la bala fue encontrada cerca del páncreas cuando se le realizó la autopsia.
El vigésimo quinto presidente, William McKinley, sería el tercer presidente en morir asesinado. El 5 de Septiembre de 1901 se encontraba con su esposa en la exposición panamericana en Buffalo, Nueva York. Leon Czolgosz, de ideología anarquista, camufló una pistola con su pañuelo y aprovechó el momento en que el presidente saludaba amistosamente a la gente para acercarse y efectuar dos disparos. El primero de ellos le atravesó el hombro, pero el segundo penetró en la cavidad abdominal causando toda una serie de destrozos que resultarían fatales a corto plazo. En esta ocasión, la segunda bala tampoco fue encontrada por los médicos y se decidió dejarla en el interior para evitar realizar mayor daño al intentar buscarla. Irónicamente, en la exposición panamericana se presentaba uno de los primeros aparatos de rayos X, pero por miedo al daño que le pudiera ocasionar al presidente McKinley, no se utilizó para intentar localizar la bala.  Estuvo convaleciente de sus heridas una semana, muriendo la madrugada del 14 de Septiembre de 1901.
El siguiente magnicidio y último, hasta la fecha, fue el de John Fitzgerald Kennedy, el trigésimo quinto presidente. Este magnicidio es sobre el que más se han desarrollado teorías de la conspiración.
El 22 de Noviembre de 1963, mientras iba en un coche descapotable en Dallas, Texas, JFK (como se le conocía popularmente) recibió una series de disparos que acabarían con su vida. Un tercer disparo hería al gobernador John Bowden Connally Jr que iba en el mismo coche. Tan solo ochenta minutos después era detenido Lee Harvey Oswald, acusado de asesinar al presidente. Curiosamente, Oswald nunca confesó haber matado al presidente, en contraposición con todos sus antecesores que se jactaban de haber conseguido tal hazaña. Tan solo dos días después del asesinato de Kennedy se decide trasladar a Oswald a la cárcel en una pésimas medidas de seguridad, en un subterráneo plagado de fotógrafos y periodistas. Abriéndose paso a empujones a través de ellos apareció Jack Ruby, perteneciente a la mafia, que disparó contra Oswald. Sin embargo, Jack Ruby siempre alegó que había asesinado a Oswald por venganza debido al asesinato del presidente y para evitar a la viuda de Kennedy tener que ver la cara en el juicio a Oswald.
Las investigaciones del FBI concluyeron que el único culpable había sido Lee Harvey Oswald, que había efectuado tres disparos, uno de los cuales produciría una herida mortal en la cabeza de John F. Kennedy. Además, el sucesor de Kennedy, Lindon B. Johnson, estableció la Comisión Warren para esclarecer los hechos del fatídico 22 de Noviembre y cuyos resultados fueron similares. Concluyeron que tanto Lee Harvey Oswald como Jack Ruby habían actuado solos, sin influencia de terceras personas. La Comisión Warren intentaba cerrar así todas las teorías de la conspiración que surgían en torno al asesinato de John F. Kennedy.
No obstante, en 1976 se estableció un Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre asesinatos, para estudiar el magnicidio de JFK y el asesinato de Martin Luther King. A pesar de asegurar que Oswald había sido el responsable de la muerte de Kennedy, la comisión también establece que pruebas científicas acústicas establecen con alta probabilidad la existencia de dos fuentes de disparos y que, basándose en las pruebas disponibles, el asesinato del presidente Kennedy fue resultado de una conspiración. La comisión habla de un cuarto disparo realizado por un tirador diferente, pero insiste en que los disparos mortales fueron los realizados por Oswald. Además, la comisión también concluyó que no existían pruebas que incriminaran en la conspiración al bloque soviético, a los grupos anticastristas, a la mafia o a las distintas agencias de seguridad estadounidense (FBI, CIA o servicios secretos). No obstante, se concluyó que la protección del presidente había sido deficiente por parte de estas agencias.
Para terminar, más datos curiosos. El número de total de presidentes que ha tenido EEUU desde la independencia de Gran Bretaña es de cuarenta y cuatro. Como ya hemos contado, cuatro de ellos fueron asesinados (Lincoln, Garfield, McKinley y Kennedy). Sin embargo, el asunto no acaba ahí. Un total de ocho presidentes han sufrido intentos de asesinato: Andrew Jackson, Theodore Roosevelt, Franklin D. Roosevelt, Harry S. Truman, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter y Ronald Reagan. Además, hubo otros cuatro presidentes que no terminaron su mandato, aunque en esta ocasión fue por causas naturales. Fue el caso de William Henry Harrison, cuya presidencia es la más corta de la historia, ya que murió de neumonía cuando apenas llevaba un mes en el cargo. Otros que morirían por causas naturales fueron Zachary Taylor, Warren G. Harding y Franklin D. Roosevelt (el único que ha ganado cuatro elecciones seguidas, aunque no llegó a completar el cuatro mandato).
A pesar de no haber llevado a cabo las comparaciones pertinentes, se puede concluir que ser presidente de los EEUU debe ser uno de los trabajos más peligrosos del planeta. Un 10% de ellos son asesinados, otro 10% muere en el ejercicio de sus funciones y otro 20% sufre intentos de asesinato mientras están en el cargo. Eso deja un 60% que termina su mandato y que no sufre atentados contra su vida.