31 de enero de 2012

La razón contra la fuerza, el sempiterno desigual enfrentamiento

Momento y lugar de nuestra historia: 12 de Octubre de 1936, ceremonia por la “Fiesta de la Raza” en la Universidad de Salamanca (actualmente "Fiesta de la Hispanidad"). 

El protagonista principal de nuestra historia es el rector de dicha universidad, Miguel de Unamuno, quien en un primer momento dio su apoyo al fascismo español, incluso de manera económica, desencantado con las acciones republicanas. Dicho apoyo le costaría el puesto de rector en la universidad por "deslealtad" según el gobierno de Madrid, pero al quedar Salamanca en bando fascista, la Junta de Burgos le confirmó en su cargo el 1 de Septiembre.

Nuestro otro protagonista es el general Millán Astray, fundador de la legión extranjera y cuyas múltiples lesiones en guerras anteriores solo le permitían ser asesor del golpista Francisco Franco. Concretamente, le faltaban un ojo y un brazo.

La historia comienza con el último de los discursos, pronunciado por el profesor Francisco Maldonado, que atacó a los nacionalismos poniendo sus esperanzas en el fascismo “sanador” para acabar con ellos. Dichos comentarios enardecieron a la multitud, desde la que se gritó el himno de la legión: “Viva la muerte” y Millán Astray se levantó para gritar, a su vez: “España”, seguido por la retahíla que se haría muy famosa en aquellos años “Una, Grande y Libre”. 

Es, en este preciso instante, cuando le toca el turno de palabra al rector de la universidad, Miguel de Unamuno que empieza su discurso así: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo (refiriéndose al doctor Pla y Daniel, obispo de Salamanca presente en el acto y defensor, en sus propias palabras, de la “cruzada” contra la República hasta tal punto que cedió su palacio episcopal a Franco para que lo usara de cuartel general) lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona."

Un silencio recorrió el auditorio. Unamuno continuó: “Pero ahora, acabo de oír el necrófilo e insensato grito : ¡Viva la muerte!. Y yo, que he pasado componiendo paradojas que excitaban la ira de quienes no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra . También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre alivio viendo cómo se multiplican los inválidos a su alrededor.” 

En respuesta a las palabras de Unamuno, un airado Millán Astray gritó: “¡Mueran los intelectuales, viva la muerte!” y la multitud: “Abajo los falsos intelectuales”, “¡Traidores!”.

Sin embargo, Unamuno prosiguió: “Éste es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitarías algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.

A partir de ese día, Unamuno fue tachado de “rojo” por todos sus compañeros. Rechazado, aislado y repudiado, se le obligó a dimitir de su cargo de rector días después de este incidente y permaneció casi todo el tiempo en arresto domiciliario hasta que murió el último día de 1936. 

Del mismo modo que perdió Unamuno, quien por última instancia solo quería defender la razón y la inteligencia frente a la guerra sinsentido y “con un sustrato patológico”, también perdió España, sumida en cuarenta años de oscura negritud, quedando recovecos y esquinas que ni siquiera hoy en día se quieren explorar.