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3 de febrero de 2012

Acerca de calles, estatuas, monumentos y otras formas (libros) de aprender la Historia.

Ante todo, que sepan nuestros lectores que no es nuestro objetivo enseñar ni educar a nadie. Nuestro objetivo es mucho más humilde y, quizás, más complicado porque tan solo pretendemos ofrecer hechos, anécdotas y/o textos curiosos, amenos e interesantes. No obstante, dicha información vendrá muchas veces acompañada de opiniones personales que podrán gustar o no al lector, pero desde el respeto siempre se podrán generar debates para que todos podamos ampliar nuestras perspectivas. 
Es la Historia un saber complicado porque, a diferencia de las matemáticas o la física, no es una ciencia exacta. La propia génesis de la misma parte de un sesgo fundamental, casi diríamos inherente al propio acto de contar la Historia y es que los vencedores suelen relatar su versión de los hechos. ¿Es bueno? ¿Es malo? No es nuestra competencia juzgar los hechos históricos mediante la moral. Conformémonos con aprender o leer los hechos con el conocimiento de este sesgo. Se podría añadir que este sesgo hace la Historia más interesante si cabe, ya que se puede estudiar la versión de los vencedores, pero también es posible encontrar la versión de los derrotados, tan válida como lo puede ser la otra. Es la mezcla de esas dos versiones lo que nos va a dar el resultado final: esa pintura que, solo vista desde una determinada distancia, podremos llegar a entender.
Consideramos que la enseñanza de la Historia compete a los libros y a los profesores (teniendo en cuenta que el sesgo del que hemos hablado antes está presente en todas las fuentes, incluso en esta misma que escribe ahora). Sin embargo, no pensamos que el nombre de las calles por las que paseamos deban enseñar Historia y explicaremos nuestros motivos.
En el siglo XX, una dictadura de casi cuarenta años asoló España. Dicha dictadura cumplió con todos los tópicos del fascismo sobre el culto al líder y el callejero español se llenó de avenidas, calles, plazas y ramblas con el nombre del General Franco, Francisco Franco, Generalísimo y cualesquiera de los magnos títulos que Dios y España le otorgaron. Para refrescar la memoria de los olvidadizos o ilustrar a aquellos que no vivieron dicha época, comentamos a título de curiosidad que el actual Paseo de la Castellana en Madrid se llamaba antiguamente Avenida del Generalísimo y lo mismo ocurría con la actual Avenida Diagonal de Barcelona. Es preciso saber también que el culto al líder se extendió a todos aquellos que participaron en el golpe de Estado de 1936 o en la guerra civil que sobrevino después de tan “exitoso” acto. Así pues, nombres como Mola, Sanjurjo, Jose Antonio Primo de Rivera, Goded y un largo etcétera, comenzaron a aparecer en nuestros pueblos y ciudades.
Todos recordamos los debates generados cuando se propusieron los cambios de las denominaciones de las calles y los traslados de diversas estatuas del pasado franquista. No fueron pocas las voces que se alzaron (como en otro momento se “alzaron” otros) para negar todo cambio argumentando que “es parte de la Historia” o “no podemos olvidar nuestra Historia” y muchas otras opiniones. Desde aquí nos alegramos que surgiera debate, ya que cuando la actual Avenida Diagonal cambió su nombre de Gran Vía Diagonal a Avenida del Generalísimo tenemos entendido que no hubo cabida a mucho debate (como dato curioso, cabe destacar que antes de Gran Vía Diagonal se llamaba Avenida 14 de Abril). También le decimos a todos aquellos que temen que por retirar de las calles los nombres franquistas vayamos a olvidar la Historia: “no os preocupéis, que ese periodo de infamia permanecerá bien presente en el recuerdo”. 
Para seguir argumentando que el nombre de las calles poco o nada tiene que ver con el conocimiento de la Historia, propongo un reto a nuestros lectores: la próxima vez que caminen por su ciudad, fíjense en el nombre de las calles, aparecerán muchos nombres de personajes históricos y mi pregunta es “¿los conocen?”, “¿saben el papel, fundamental o no, que jugaron en la Historia para ser homenajeados por sus conciudadanos?”. Parafraseando a Unamuno: “He dicho”.
Para terminar comentaremos que en Alemania existió un dictador fascista que también tenía calles a su nombre y ahora es bastante complicado, por no decir imposible, encontrar ni una sola calle con su nombre. El único lugar en el que se pueden encontrar las placas de las calles que llevaban su nombre es en un museo. ¿Museo? Sí, queridos españoles amantes de la Historia, ahí es donde deberían ir a parar los restos del franquismo ya que, a fin de cuentas, un museo parece el lugar más adecuado para aprender de Historia.